Deshojando la flor de la agonía
se apagaron sus ojos dulcemente.
La noche entró en su cuerpo, de repente,
y un ruiseñor de nieve parecía.
Eran las doce y el reloj dolía
como un tiro en el alma y en la frente.
Eran las doce de la noche solamente.
Su corazón sin pájaros dormía.
Y luego, nada más. El aguacero
llorándole en la triste madrugada,
y el ladrido de algún perro lejano.
Ya ves, no somos nadie, compañero:
Pobre gota de luz pisoteada
Que Dios recogerá tarde o temprano.
Luis Alvarez Lencero
No hay comentarios:
Publicar un comentario