miércoles, 15 de febrero de 2017

Agonía

Deshojando la flor de la agonía 
se apagaron sus ojos dulcemente.
La noche entró en su cuerpo, de repente,
y un ruiseñor de nieve parecía. 

Eran las doce y el reloj dolía 
como un tiro en el alma y en la frente.
Eran las doce de la noche solamente.
Su corazón sin pájaros dormía. 

Y luego, nada más. El aguacero
llorándole en la triste madrugada,
y el ladrido de algún perro lejano.

Ya ves, no somos nadie, compañero:
Pobre gota de luz pisoteada
Que Dios recogerá tarde o temprano.

Luis Alvarez Lencero

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